por Malambo en Bloxito.Ciencia | 2007-03-21 | 37 Comentarios
No es posible saber si lo que voy a contar es la verdad, ni siquiera yo lo sé. Al tratarse de recuerdos, agitaciones profundas del cerebro ya los habrán modificado más de una vez y no quedan esperanzas de evocaciones certeras. Pero es lo que hay, nada más puedo hacer.
Siempre, desde la infancia, me resultó incómodo hablar de la mente. El tema tenía algo que me provocaba una brumosa insatisfacción y que persistía varias horas después de haber dejado de pensar en él. Sentía algo extraño acá, en la boca del estómago, algo que no terminaba de cerrarse. Fue en un curso de
Fundamentos de la mecánica cuántica que decidí ponerle fin a esa incertidumbre.
En una clase me vi obligado a aceptar la intervención de “la mente” en los procesos cuánticos de medición y lo hice a regañadientes porque, según mi razonamiento de entonces,
“la disminución de entropía que produce un descubrimiento tiene que aumentarla en el aparato de medición”. Aprendiz de brujo. Me equivoqué. Nunca tendría que haberlo aceptado. Debí haber exigido que me muestren el mecanismo por el cual la supuesta interacción se lleva a cabo. No lo hay.
Hasta ese día el curso de Fundamentos se venía desarrollando sin sobresaltos: un poco de historia de la física, otro poco de definiciones, experimentos mentales, paradojas, gatos, bastante Einstein, Podolsky, Rosen, enunciados de ecuaciones y no más que eso. Normal. Pero aquel día mi relación con la física se partió en dos.
Era una mañana cálida de agosto. En Argentina y sobre todo en los edificios públicos, las mañanas de agosto no suelen ser cálidas sino más bien todo lo contrario. Daniel y yo estábamos esperando que llegase Alberto De la Torre, el profesor de Fundamentos, cuando sobrevino una especie de ronroneo. Los dos estábamos ansiosos porque empezábamos tema nuevo. Poco a poco me fui dando cuenta que algo estaría mal.
Ese día hablaríamos de la mente. El tema era la interpretación de Copenhague de la mecánica cuántica y las teorías de la medición. Para ponernos en antecedentes, Alberto había elegido empezar con las ideas del brillante y cínico matemático húngaro
John von Neumann. Brillante por otros antecedentes, no por sus ideas sobre la física cuántica y cínico porque si es cierto lo que cuentan de él,
el tipo era un verdadero hijo de puta.
Cuando vimos la figura flaca y alargada de Alberto acercarse por el pasillo cerramos la carpeta que contenía fotocopias de sus apuntes y nos dispusimos a entrar. Él no lo dijo, pero los tres sabíamos cual era el problema importante de esa clase. Sabíamos más o menos que era un cuantón (cosas cuánticas como electrones, fotones, etc.) porque teníamos las ecuaciones que lo describían en diversas situaciones, pero no teníamos ni idea de qué pudiera ser la mente. A pesar de todo, hablamos de la interacción mente y materia con desparpajo propio de iniciados.
Según la versión más rancia de la interpretación ortodoxa de la física cuántica, nada existe si no es medido. Leon Rosenfeld, estrecho colaborador de Niels Bohr, por ejemplo, creía que los físicos
conjuraban las partículas mediante experimentos y von Neumann, que ya había sido aplaudido pero también muy criticado por sus conjeturas sobre variables ocultas, avanzaba en su teoría general de la medida (como si tal cosa pudiera existir).
De acuerdo a la física cuántica, un cuantón puede existir en una superposición de múltiples estados básicos; sin embargo, esta superposición no se observa al medir alguna propiedad suya con un instrumento, sólo se detecta al objeto cuántico con un valor preciso de dicha propiedad. ¿Cómo explicar la transición desde el estado superpuesto al estado preciso? Bueno, ahí entra la conjetura de John von Neumann: el postulado de proyección.
De la Torre avanzó rápido sobre los detalles numéricos. El cuatrimestre anterior habíamos terminado de cursar Mecánica cuántica II y aunque no nos habíamos preguntado por qué las cosas funcionaban de tal forma, llegamos a dominar bastante bien las técnicas de cálculo. No hay mejor manera de convencer a alguien que hablarle en su propia lengua. Si logramos que el interlocutor se sienta a gusto, que sienta el relato como propio, entonces abolirá las barreras de la crítica y seremos capaces de hacerle creer cualquier cosa, incluso que la mente puede actuar sobre la materia.
A la larga, el postulado de proyección de von Neumann no es más que eso: la justificación de que el proceso de llevar el estado de superposición en que se encuentra un objeto cuántico a su estado singular comienza en la mente del observador. Y esto lo aceptaron muchos físicos de renombre, aún sin saber qué cosa es “la mente del observador”. Para mi nunca fue más que una alfombra debajo de la cual se barría toda la basura interpretativa del positivismo de principios del siglo XX.
Estábamos hablando de “la mente” y no pude evitar el sentimiento de ansia e insatisfacción. Esa noche no dormí. Instintivamente traté de encontrar una teoría de caja negra para “la mente”. Las teorías de caja negra no se interesan por la estructura interna de las cosas sino por las respuestas ante estímulos o condiciones externas. Por lo tanto, busqué los requisitos que tenía que tener “la mente” para interactuar con el mundo cuántico, pero pronto me di cuenta de que mis conjeturas eran todavía más ridículas que las de Freud, Lacán y Penrose puestos en hilera. Fue una etapa grotesca. Dije basta.
Me embarqué en lecturas científicas del cerebro. Comencé por
“un filósofo argentino” (así llamaba yo por aquellos días a Mario Bunge) del que no me desprendí nunca más. Luego siguieron los artículos que LeDoux y otros grandes de las neurociencias publicaban en la célebre
Investigación y Ciencia, revista que con lupa y paciencia buscaba en cada quiosco de Mar del Plata.
Antes de que pudiese suscribirme a la
Science ya había aprendido que “la mente” era una propiedad emergente del cerebro y que si los físicos querían hablar de la interacción mente-materia debían encontrar los mecanismos por los que un electrón, digamos, influye o es influido por los procesos que se dan en las neuronas. Pero también me di cuenta que tal pretensión era ajena a la física, puesto que esta no es una teoría psicológica y que, por lo tanto, no habla de observadores y sus estados mentales o de incertidumbre, sino de objetos físicos.
Cuando la primera
Science estuvo sobre mi escritorio descubrí en las neurociencias un mundo tan apasionante como separado de la física cuántica. Comencé a hacer fichas de lectura sobre las memorias cerebrales y a atar cabos. Eso ocurrió hace algún tiempo. La serie de post que vengo publicando hace unos días y que seguiré publicando tienen que ver con aquella tarea y tienen el objetivo de actualizar dicho conocimiento. Sepan ustedes comprender y disculpar.
Bloxito.Ciencia | Mis memorias de la física cuántica (2007-03-21 01:55) | 37 Comentarios
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