por Malambo en Bloxito.No leer | 2006-02-10 | 3 Comentarios

Los rojos del amanecer habían quedado atrás, ahora la mañana se rompía por el rugido grave de un avión negro que cruzaba el cielo apenas más alto que el horizonte de plomo. El ronquido aterrador de las turbinas desgarraba el aire, ensordecía, hacía doler. Durante un tiempo no pude escuchar el murmullo del mar ni los ladridos de perros hambrientos que se peleaban hasta la muerte por un pedazo de carne.
La oscuridad absoluta dio paso a un prepotente rayo de sol que vació mis ojos y sin previo aviso, de ninguna parte, una muralla de viento irracional se estrelló en mi pecho. No podía respirar y mientras el grito de los motores se perdía, sentí que mis pulmones estallaban. Quise pedir auxilio, gritar, gemir, llorar, pero no pude: estaba preso en una cárcel de aire que paradójicamente me sofocaba. Tan inexplicable como llegó, de golpe el viento se deshizo en aire puro y claro. Me pregunté en qué se transformaría la furia en tiempos de paz, dónde se refugiaría la vida en tiempos de muerte y qué le ocurría al tifón de la noche tempestuosa cuando el mar sereno refleja en miles de espejitos el sol tibio de la mañana siguiente.
Hacía mucho que estaba acostado en la arena mirando el límite del cielo con una oreja pegada a la arena, como queriendo arrancarle los últimos secretos al mundo. Era extraño, pero a pesar de la postura sumamente incómoda no me dolía nada, me había acostumbrado; apenas si notaba la parsimoniosa pero ineludible dilatación de mis partes. El mar sangraba espuma y la derramaba cada vez más cerca de mi cara. Como el olor rancio típico de la carne podrida persistía en el aire, la aproximación peligrosa del borde salado y oscilante del mar me trajo cierto alivio. El hedor se hacía denso, nauseabundo, insoportable, pero al ras del piso me resultaba imposible saber de donde venía. El agua salada comenzó a rozar mis llagas abiertas con progresiva insistencia, pero la soporté sin moverme, con la oreja pegada al mundo.
A medida que la oscuridad ganaba mi horizonte y se volvía noche -tenebrosa noche-, el agua parecía estar a punto de jugar una vez más la macabra olimpiada de sumergirme la nariz y la boca. No obstante aquella situación tenía algo bueno: por fin dejaría de percibir el asqueroso olor a carne podrida que cada vez estaba más cerca. De pronto una señal, una esperanza. Mi alma se estremece y tiembla. Lo que al principio me pareció el aullido desgarrador de un lobo resultó ser la jubilosa sirena de una ambulancia. Poco más tarde, bajo la luz de un reflector y detrás de un barbijo, el director de la morgue juntaba en una bolsa negra las escorias deshilachadas de mi cuerpo descompuesto que los perros, el viento y el mar habían esparcido por la playa porque alguien lo arrojó al vacío desde un avión oscuro que sobrevoló horizontes de plomo.
Bloxito.No leer | Escribir con el alma (2006-02-10 00:53) | 3 Comentarios
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