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Sostiene Pereira (Contexto histórico-político)

por Malambo en Bloxito.Reflexiones | 2005-12-27 | 1 Comentarios


Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Es la historia de un gris editor de la sección cultural de un periódico que vivía en Portugal en la época de la guerra civil española, un poco antes de la segunda guerra mundial. Pero, sobre todo, es la historia de una transformación.
Reseña

Pereira percibió ese día que el clima había cambiado. En Lisboa la brisa atlántica que había resplandecido en azules se convirtió en una bochornosa cortina de niebla. Esa misma tarde, lejos de la ciudad, en otro país, se ahogaban las vidas de muchos de los que estaban en una de las márgenes del Ebro. La Guerra Civil Española había comenzado dos años antes por el derrocamiento del gobierno democrático encabezado por Manuel Azaña, un presidente de izquierdas que había quitado privilegios a terratenientes y obispos.

Los agresores, que entre ellos se llamaban nacionalistas, enfrentaron a la resistencia republicana y finalmente la vencieron. La Iglesia Católica, que ejercía considerable influencia sobre la educación y la libertad de expresión, apoyó el levantamiento y constituyó una importante fuerza conservadora de la elite cultural, política y económica de España.

El país quedó geográfica e ideológicamente dividido. El tercio norte de su territorio fue ocupado por los nacionalistas, encabezados por el general Francisco Franco y el resto por los republicanos. Aparte de intensas luchas internas, el 25 de julio de aquel tórrido verano de 1938 comenzó en el Ebro la última batalla por la hegemonía, batalla que se llevó cien mil del medio millón de vidas que aniquiló la barbarie.

En esa atmósfera caliente, España rezumaba segregación y muerte por sus fronteras y Portugal se contagiaba asfixiando la vida de un carretero socialista, más allá del Tajo, hacia el sur. Pereira, periodista de profesión lo sabía, pero además creía saber que no podía hacer otra cosa sino callar, porque todos callaban y porque Salazar, presidente de Portugal y también amigo de Franco, también dictador, también violento, también profundamente católico como él, era el jefe de la Guarda Nacional, la misma que estacionaba camionetas en el portal del mercado de su barrio. Sin embargo, era consciente que mientras él callaba "... la gente moría y la policía era la dueña y señora".

Pereira, el periodista, tenía otras opciones. Podía hacer notas sobre yates de Nueva York, camisas de lujo, canotiés y champán, pero pensar esa opción lo hacía sudar, lo asfixiaba ahora y sospechó que también lo sofocaría en el futuro. Cuerda y arco, compromiso y mediocridad arrojaron al hombre calles arriba, al encuentro con el padre António. El cura franciscano, que hubiera podido dedicarse a intrigas palaciegas buscando el poder, que hubiera encontrado la molicie apoyando el régimen, prefirió, sin embargo, quedarse en el llano aliviando el padecimiento de sus enfermos.

El padre António dirigió la flecha a su blanco. Contó algo que Pereira ya había oído pero sin escuchar y después, entreviendo la respuesta, amonestó "... ¿en qué mundo vives, tú, que trabajas en un periódico?". Pereira, extenuado se dio cuenta que "vivía como si estuviera muerto", que "la suya era sólo una supervivencia, una ficción de vida".

Contexto intelectual

En la antesala de la barbarie peninsular pensaba Einstein, pero alucinaba Freud; revolucionaba Stalin; pintaban Courbet y Monet, pero también Picasso; escribían Honoré de Balzac, Gustave de Flaubert y detrás de Émile Zola, Guy de Maupassant y Alphonse Daudet exageraban a Balzac y Flaubert; sin embargo, los resistían con el alma Paul Claudel, Françoise Mauriac y Georges Bernanos.

Sintetizando a Aquino y Bergson, Jacques Maritain se convirtió en un puente entre el hombre biológico, socialmente determinado y uno inmaterial e intuitivo. Sostuvo que existir es actuar y que la cooperación siempre es posible cuando la humanidad aspira a un bien común. Por su costado religioso, Maritain seguramente le gustaba al primer Pereira y le gustaría al segundo su aspecto social; también le hubiera agradado al doctor Cardoso por su sincretismo, pero sólo es posible intuirlo.

Claudel, Mauriac, Maritain y Bernanos eran literatos franceses católicos, pero había diferencias. Paul Louis Charles Marie Claudel, tal su nombre completo, pertenecía al grupo de los simbolistas, un movimiento que expresaba ideas, sentimientos y valores mediante símbolos antes que por sentencias directas, en la política sirvió a los cuerpos diplomáticos franceses, y socialmente era un hijo de puta, según los dichos del padre António.

Pereira, seguro que no por desconocimiento, sí por desacuerdo tibio y lealtades superfluas y timoratas, prefirió no definirlo ocultándose tras un mediocre "Así, de pronto, no sabría (...) él también es católico, ha tomado una postura diferente...". El padre António, nuevamente desde el llano volvió a iluminarle el camino.

Los otros tres, Mauriac, Maritain y Bernanos, a pesar de estar también bajo la sombra de la cruz, se inmiscuyeron en las vidas de los países vecinos poniendo en peligro las suyas. Bernanos denunció la represión franquista en España, pero fue más allá y en "Un diario de mis tiempos" (1938) atacó al fascismo en general, y el Vaticano quedó escandalizado.

Pereira se dio cuenta que su mundo íntimo, que sus gustos personales y sus afectos eran compatibles con el compromiso social. Experimentó la pertenencia a un grupo. No fue alegría ni tampoco satisfacción, Pereira sintió orgullo por la decisión de Bernanos; y el orgullo es una emoción social. Su personalidad, que en plena transición se desgranaba, vio el ejemplo de una estructura sólida, una ética de hierro que lo enorgullecía y lo incitaba a la participación.

El padre António también había mencionado a Maritain, pero como era un filósofo y

[l]a filosofía parece ocuparse sólo de la verdad, pero quizá no diga más que fantasías, y la literatura parece ocuparse sólo de fantasías, pero quizá diga la verdad


Pereira sólo le escuchó nombrar al literato Mauriac. Los católicos Maritain y Mauriac junto al clero vasco se habían puesto del lado de la república, a favor del pueblo y en contra del Vaticano, que con sus negras sotanas seguía tapando el sol de la Europa no reformada.

La última clase y la interpretación de Cardoso

El fuero íntimo de Pereira se encontraba poblado de escritores católicos, pero estaba traduciendo a Balzac y a Daudet, que no lo eran, para su exteriorización social. El primero integraba el realismo literario y el otro el naturalismo, disciplinas que consideran al hombre desde una perspectiva objetiva y empírica. En particular el naturalismo del que Daudet formaba parte asumía que los seres humanos tenían una posición amoral y su comportamiento quedaba controlado por el instinto, las emociones y los condicionamientos sociales y económicos.

Para Pereira el cuento de Daudet significaba su siguiente peldaño, un modelo a imitar en su propia vida. Un tanteo en el que la mano se estira en la oscuridad un poco más allá buscando la luz, pero de una llama. Después del "mensaje dentro de la botella" de Balzac, el compromiso tomó forma, se hizo más explícito. La nueva personalidad emergía gradual, disonante con el quiebre abrupto que requiere la teoría de la confederación de almas.

Sin embargo, el doctor Cardoso pensaba que la actitud del periodista era la apertura de un espacio al nuevo yo hegemónico, que no decretaba súbitamente su presencia sino que iba descubriéndose poco a poco. A Pereira no se le escapaba que La última lección era una historia contra Alemania, y que Alemania era un país intocable para Portugal. Sabía que no se trataba de "agua pasada" sino de un desafío del que era plenamente consciente.

Ya veremos, dijo Pereira, de todos modos el Lisboa es un periódico independiente.




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Comentarios

1
De: YENNY Fecha: 2007-02-14 03:13

JAJAJA



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