por Malambo en Bloxito.Ciencia | 2007-03-13 | 11 Comentarios
Desde el espacio exterior, en lo profundo de su noche eterna, se acerca a miles de kilómetros por hora una mole gigantesca, probablemente de hierro. A medida que avanza en una trayectoria suavemente perturbada por el Sol comienza a sentir una atracción que crece hasta hacerse irresistible. El dúo gravitatorio Tierra-Luna jala del asteroide desde el centro de masas, sellando su irremediable fortuna.
La mole está más cerca, ahora su velocidad es increíble. Si alguien tuviera el horrible privilegio de habitar su superficie sólo podría observar en el inmediato horizonte a la Tierra, que colosal amanece como el último paraje. Sin embargo, algo imprevisto ocurre. La Luna, al cruzarse por delante de aquel paisaje azul moteado de nubes, echa un trágico manto blanco que precipita el final alterando el destino escrito para ese cuerpo de herrumbre y silicio.
No hubo estrépitos, pero simplemente porque en la Luna el ruido no existe. Se dio en Canterbury que unos monjes miraran al firmamento. En el cuerno inferior de la Luna se notaba un intenso resplandor, visible aun en la claridad de la tarde. Bajo juramento, los monjes dejaron constancia escrita de lo que vieron.
En aquel lejano 25 de junio de 1178 se establecieron memorias de muchos tipos y amplio rango de duración en cada uno de los sistemas implicados, porque cualquier sistema memoriza una parte de su historia si, y sólo si su estado actual es consecuencia de alguno de los estados pertenecientes a dicho fragmento de historia. Para ese evento, entre las memorias de más larga duración se cuentan las de escala planetaria: el cráter y una ínfima oscilación lunar detectables todavía. Le siguen en persistencia los registros escritos del evento y, al final las más efímeras, las memorias cerebrales de aquellos seres humanos que una tarde como cualquier otra acertaron en elevar sus ojos al cielo.
Memoria no es lo mismo que recuerdo. Hemos estado tomando notas desde mucho antes que fuéramos lo que somos, las llevamos profundamente inscritas. En los núcleos de cada una de nuestros trillones de células se guarda memoria de cómo transitamos desde el agua a la tierra, cómo bordeamos a los dinosaurios y cómo pasamos de modestos a sublimes. No obstante, por más esfuerzos que hagamos, por más que nos concentremos, nos resultará imposible recordarlo. Y con todo, somos de este modo porque las especies que nos antecedieron fueron de aquella manera. La memoria es propiedad de una clase muy amplia de sistemas; en cambio, los recuerdos son procesos que se dan en un subtipo de sistemas biológicos: los cerebros.
La formación de memorias cerebrales, como la formación de memorias de cualquier otro tipo, es un proceso de modificación de la estructura interna de los sistemas que las contendrán, y las memorias en si mismas son rasgos específicos de dicha estructura. Al evolucionar, un sistema resulta alterado por su interacción con otros o por su propia actividad espontánea; de esta manera, es posible que las memorias de acontecimientos de antaño resulten modificadas, incluso completamente modificadas.
Memorias y aprendizaje están relacionados. Aprender es, en cierta forma, adquirir memorias; pero también lo es formar asociaciones entre memorias ya adquiridas. Este último hecho es importante, en el sentido que nos indica que podemos aprender sin que nos enseñen, incluso sin percibir. Recíprocamente, el mero hecho de adquirir memorias no es índice de aprendizaje, a menos que estemos dispuestos a admitir que la Luna o los imanes aprenden.
Bloxito.Ciencia | Memorias: mucho más que un almacén del aprendizaje (2007-03-13 15:42) | 11 Comentarios
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