Cosmos fue el primer libro que leí con pasión desmedida. Recuerdo que me lo regalaron mis padres en navidad y dos días después ya lo había terminado: toda una hazaña para un niño de doce o trece años que andaba mucho en bici y trepaba árboles, pero que no era muy aficionado a la lectura. Esos dos intensos días de verano dejaron en mi un sello imborrable. No había hora del día ni lugar de la casa en el que yo no estuviese con mi libro, con la vista clavada en las hermosas imágenes sobre páginas espejadas. Galaxias, espinazos de la noche, planetas, naves espaciales, todo, todo desfilaba con parsimonia ante mis ojos maravillados bajo un árbol en la mesa del parque, en la cocina o en mi cuarto.
Fue con ese libro que comencé a sentir la necesidad de fundamentación de cada idea que pasaba por mi cerebro, pero también comenzó la indignación contra las religiones institucionalizadas y las pseudociencias. ¡Tan diferentes eran las exposiciones del gran Carl Sagan! Todo tenía una explicación o por lo menos el esfuerzo por encontrarla y cuando no, sencillamente admitía no saber.
Quedé cautivado con la demostración de que la raiz cuadrada de dos no podía ser un número racional. Al principio no la entendí y no podía pensar en otra cosa que no fuera esa maldita demostración. Ya empezaba a odiarla cuando de pronto ¡se hizo la luz! todo había quedado claro, transparente, accesible, fácil. La deducción, línea por línea, se encadenó súbitamente. De repente todo tuvo sentido. Quizá un poco por ego o por la intensa satisfacción que produjo aquel logro en mí, ya no pude dejar de amar al divulgador máximo.
En la otra senda, curas, astrólogos y psicoanalistas daban sus explicaciones sin fundamentos; las cosas eran como ellos decían porque a Dios o a Freud así se les habían ocurrido. El contraste era marcado y nunca tuve dudas sobre qué camino elegir. Siempre agradecí a Sagan haber puesto una luminaria en aquella oscura bifurcación del camino de mi vida.
Después, cuando dejé de treparme a los árboles y sólo usaba la bici para ver a mis compañeros de secundario, siguieron otros libros: Los dragones del Edén, El mundo y sus demonios, Contacto, El cerebro de Broca, La conexión cósmica, Miles de millones y Un punto azul pálido. Mientras, a lo largo de meses de longitud infinita fui haciéndome de la colección en video de Cosmos y no hace mucho estuve a punto de comprarme una nueva edición del libro, la encuadernada en tapas duras. Pero eso queda para el futuro, en la próxima Feria del Libro.
Su serie Cosmos fue para muchos de los que la vimos, a principios de los años 80, algo sorprendente, inesperado y apasionante. "El Cosmos es todo lo que es o lo que fue o lo que será alguna vez. Nuestras contemplaciones más tibias del Cosmos nos conmueven: un escalofrío recorre nuestro espinazo, la voz se nos quiebra, hay una sensación débil, como la de un recuerdo lejano, o la de caer desde lo alto. Sabemos que nos estamos acercando al mayor de los misterios"... (sigue en Magonia)
Yo también soy un gran admirador de Carl Sagan. Hace tiempo ya escribí un post en mi blog. Ahora, con motivo del aniversario de su muerte, estoy listando posts en castellano sobre este evento y he incluido el tuyo (www.equalium.net).
Carl Sagan llegó a mi vida un poco más tarde que a la tuya, malambo :p
Pero ¡cómo disfruté ese libro!
Está en mi biblioteca, la misma edición colijo, y cada tanto me doy el gusto de abrirlo en cualquier parte y retomar la lectura como si lo hubiera dejado ayer...
Pequeños gustos en la vida. Abrir sus hojas, ahora un tanto más opacas pero con la misma frescura y fuerza en su interior. El secreto -decía Sagan- no está en leerse todos los libros, sino en saber escoger. Yo pienso que Cosmos es uno de esos libros ineludibles.
A mi Cosmos me lo regalaron para navidad, 83 o 84. Años después leí El cerebro de Broca, Los Dragones del Eden y el Mundo y sus Demonios. También coleccioné Cosmos en VHS que venía con la revista "Descubrir"
¡Claro Ciro, la revista Descubrir! No podía recordar de qué revista se trataba. Gracias.
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